Parte 16 - Una antigua historia, corazón y mente


Una antigua historia, corazón y mente


   Existe una misteriosa relación entre el corazón y la mente.
La mente piensa, calcula, organiza, el corazón siente.
Mas allá de que localizar los sentimientos en el corazón pueda verse como una metáfora poética, que acompaña a la historia del hombre, más que como un concepto de la ciencia moderna, valga no obstante esta apreciación para reconocer dos esencias distintas, pensamiento y sentimiento.
   La mente aprende a reconocer las señales que recibe del corazón y a pesar de sus diferencias, de quizás no entenderlo cabalmente y considerarlo en ocasiones descontrolado y primitivo, ambos llegan a entablar una comunicación, un trabajo en equipo, compartiendo el vecindario llamado ser humano.
   El corazón por su condición natural de sentir, percibe todo lo que sucede en el cuerpo y especialmente toman su atención algunos vecinos de influencia, como la piel, el órgano del contacto, la boca, la puerta del alimento y los genitales, el órgano de la  sexualidad, conjunto que podría englobarse dentro de la energía del instinto.
Cada uno le transmite sus cotidianas experiencias, entre necesidades y deseos, satisfechos y frustrados.
   Así vive el día el corazón, expandiendo y contrayendo un universo de vida, recibiendo a la vez compasivamente a sus vecinos con sus cíclicas demandas.
   La mente observa y estudia con frialdad estadista el caótico panorama del vecindario que le ha tocado en suerte y administra los recursos frente a las en ocasiones “irracionales” pedidos que el corazón le traslada.
Las disputas, reyertas y fiestas son moneda corriente y teme que en cualquier oportunidad, un desborde termine con todo el barrio.
El corazón baila y disfruta con la algarabía, así como también sufre las desventuras de sus vecinos y las propias.
Esa es su frecuencia, sentir. Alegría, tristeza, angustia, rabia ¿como definirlas? Imposible sin un corazón.
   La mente, en su órgano rector, el cerebro, busca la forma de definir qué es alegría, tristeza, angustia, pero solo acerca una traducción de una experiencia que reside en otro lado. Entonces recurre a un trabajo en equipo.
Tristeza, alegría, angustia, rabia es aquello que sentí cuando sucedió tal cosa, le comenta el corazón. La mente le pone un nombre, lo asocia a un recuerdo, precisamente re- cordis, es pasar de nuevo por el corazón. Así vincula el concepto al re-cuerdo y lo archiva en su particular base de datos.

   Las emociones fundamentales, en una semejanza con los colores primarios, podrían reducirse a un escaso número, que en su combinación dan la paleta infinita de tonos y matices.
   Así como la suma de todos los colores da el blanco, seguramente el Amor es el sentimiento que integra a todas las emociones.
Algunas pertenecen a una misma esencia, pero en grados distintos, llegando en un extremo a polaridades opuestas. Por ejemplo, la alegría, y su contraparte, la tristeza.
El odio puede verse de alguna manera como la contra cara del amor hacia otro.
La angustia como aquella energía que percibe la inestabilidad, la zozobra.
La ansiedad, como una filtración atenuada de la angustia.
El miedo como una emoción emparentada con la angustia, pero enfocada en algo concreto.
   Muchos han hablado también del amor como el origen de todo lo que existe y de este modo de la vida, mientras que la enfermedad, la consecuencia cuando falla o no se recepciona adecuadamente la energía del amor.

   La particular relación entre mente y corazón que a veces se observan como potencias rivales, disputándose el poder, reconocen no obstante que se necesitan mutuamente, que cumplen funciones complementarias.
   La evolución del hombre fue modulando esta antigua relación, aprendiendo de los errores y accidentes de cada vida.
Así la mente aprendió del corazón y el corazón de la mente.
Estos acuerdos han ido conduciendo a la estructuración de la psiquis.
Posiblemente entre estos acuerdos se encuentren los llamados por el psicoanálisis, mecanismos de defensa. De defensa esencialmente frente a la angustia.
La angustia es reconocida como una energía movilizante y desestabilizadora, a tal grado que debieron establecerse diques que contuvieran esta fuerza, capaz en ciertas circunstancias de destruirlo todo.
Los mecanismos de defensa son parte de la estructura y también dan forma a la personalidad cuando adquieren especial relevancia.