La ley de la cura por lo semejante
La homeopatía se desarrolla en torno a una comprensión vitalista de la medicina. Entiende que una particular fuerza o principio esencial, al que denomina energía vital, rige el fenómeno de la vida.
La salud es expresión del equilibrio de la energía vital y la enfermedad, de su desorden.
La homeopatía actúa como un estímulo a esta energía, despertando las capacidades curativas que están allí latentes, devolviéndole el orden.
La Homeopatía se basa en la Ley de la cura por lo semejante, similia similibus curantur: lo similar se cura por lo similar. Se trata de un principio natural, descrito en la antigua Grecia por Hipócrates unos 400 años antes de Cristo, que señala que una substancia que experimentada en personas sanas provoca determinados síntomas, puede curar a enfermos con síntomas similares.
Expliquemos esto un poco mas:
Cada substancia medicinal provoca, en alguna medida una inicial y transitoria distorsión en la energía vital, la cual intenta posteriormente recomponerse, siendo esta capacidad reactiva, natural en todo ser vivo.
Allí radica el poder curativo, en la reacción de la propia fuerza vital para recuperarse de la distorsión sufrida.
Samuel Hahnemann fue el médico alemán que redescubre esta ley de la naturaleza, sepultada por siglos, creando el método homeopático como lo conocemos actualmente hace poco mas de doscientos años.
Los medicamentos homeopáticos surgen de la experimentación de substancias en sujetos sanos, método denominado patogenesia. Las propiedades curativas de cada medicamento son precisamente aquellos síntomas capaces de provocar de forma transitoria en estos sujetos sanos.
Distinguía de este modo, la denominada acción primaria del medicamento, que como mencionamos, actúa inicialmente, provocando cierta distorsión en la energía vital, como si se tratara de un golpe que ésta recibe, apareciendo como consecuencia, algunos cambios o síntomas en el organismo.
Sucede entonces la llamada acción secundaria, o reacción de la fuerza vital para recuperar el equilibrio. A esta reacción de la fuerza vital corresponde la acción curativa.
Se suman a esta explicación, una particular cualidad de la energía vital que Hahnemann denomina intensidad dinámica, que podemos asemejar a la potencia variable de una luz.
El remedio provoca en la energía vital un desequilibrio transitorio similar a la enfermedad, pero de una mayor intensidad dinámica que ésta, es decir como si de una luz similar a la enfermedad, pero de mayor intensidad se tratara, por lo que como reacción, despierta en la energía vital una reacción mayor, que logra desprender la enfermedad.
Otro aspecto es la exigüidad o sutileza de la dosis del medicamento homeopático, que determina que la reacción sea la menor posible, pero suficiente para generar en el organismo los cambios necesarios, dejándolo luego libre del estímulo medicinal.
Estas dosis infinitesimales hacen que la denominada acción primaria sea generalmente imperceptible.
El poder curativo de la homeopatía se expresa tan particularmente, que una dosis única de un remedio homeopático bien indicado, puede ser suficiente para restablecer el equilibrio en la energía vital del paciente y mantenerlo estable por gran tiempo.
Vale mencionar por otro lado, cómo la alopatía (alo = distinto, patía = enfermedad) se vincula esencialmente a la mencionada acción primaria, es decir, aquella que la substancia genera al inicio sobre el organismo, suprimiendo transitoriamente los síntomas presentes de enfermedad, pero sin generar posteriormente una reacción secundaria curativa.
La acción provocada por la substancia es en este caso de carácter distinto a la enfermedad natural (alopática), por lo que no despierta en la energía vital una respuesta reactiva similar a la enfermedad y de mayor intensidad dinámica que logre desplazarla.
De este modo, el método alopático requiere la reiteración permanente de la dosis del medicamento, pero solo para suprimir transitoriamente los síntomas, no modifica el desorden de la energía vital, muchas veces lo profundiza. Esto se observa claramente en los trastornos crónicos, donde el medicamento alopático solo llega eventualmente a paliar, pero no a curar la enfermedad.